CAPÍTULO 2: TU HEDOR ME DESPEDAZA.
Macarro
Estos excrementos no resistirán más, se van a deshacer, Mungo.
Mungo
No dejes de sostenerte de ellos, nos mantendrán más tiempo a flote.
Macarro
No me es posible ver nada. Sería pertinente descender ahora mismo, Mungo.
Mungo
Resiste, aún no estoy listo.
Macarro
Estoy contigo, Mungo. No te abandonare ahora, ni nunca.
Mungo
¿Y si morimos esta noche?
Macarro
Morir a tu lado es una manera tan celestial de morir, Mungo.
Mungo
Eso me conmueve, amigo. ¿Acaso no es la letra de una canción?
Macarro
Toma mi mano y cierra los ojos, por favor, Mungo.
Mungo
Siempre te amé. ¿Sabes?
Macarro
Lo sé, Mungo.
Mungo sin vacilar dejo aquél repulsivo flotador y trato de alcanzar la mano de su amigo, pero éste falló, se empezo a hundir. Toda aquella contaminada agua empezo a entrar por aquellas cuencas vacías y profundas a las que denominaba "ojos de ajo". Todo se ponía oscuro para el pequeño y hediondo Mungo, derrepente su madre estaba dándole un beso enfrente de aquella hermosa cascada de vellos púbicos <¿Sabes que eres lo que más aprecio en este mundo, Mungito?> le dijo Platana. También estaba con el señor Vaso, estaban gozando del atardecer radioactivo de productos químicos y secuelas de experimentos del mundo exterior, reían llorando de la alegría. Sus manos hechas de piel porcina perdían su movimiento, esas manitas eran tiernitas y bonitas. Una mano putrefacta y arrugada lo invitó a sucumbir. Pero Mungo era tenaz y no cedería tan fácil, grito con tal estrépito que se le cayeron las podridas uñas de los pies cortadas que tenía por "dientes".
Macarro
Todo lo que hecho, lo destruí. Todo lo que amé, lo odié. Cada día que pasa pierdo algo más, no seré nada sin tu cuerpo y tú tampoco lo serás sin el mío.
Mungo
No puedo más, creo que tu hedor me esta despedazando.
Macarro
¿Sientes mi amor, Mungo?
Mungo
Sí, siento como me estoy corrompiendo de forma prodigiosa. Esto es inaudito.
Macarro
Cierra los ojos y deja que la oscuridad nos consuma, Mungo.
Mungo
Adiós, Macarro. Mi único repugnante amigo.
Macarro
Sí, siempre lo seré. Adiós, Mungo.
Había muchas caras de pescados arrugados de forma inquietante llorando de formas horribles, tantos rostros deformados estaban despidiendo su travesía. Eran los espectros de la inmundicia, inocentes creaturas de la putrefacción, eran libres como los gusanos. Cada vez se hundían más en aquella nauseabunda esencia. Los perros atletas corrían en 2 patas, estaban en competencias en las que llorando explotaban de la excitación. Había mangostas besando a serpientes con tal pasión que Mungo y Macarro perdieron sus brazos.
Cuando las sustancias nocivas empezaron a destrozar sus cuerpos hechos de manteca, ellos, abrieron los ojos. Vieron un ser amorfo que se aproximaba, entre más se acercaba, más se le podía apreciar la forma que poseía. Los agarro de sus cabezas violentamente tanto que casi los decapitaba, llevándolos a una velocidad imposible.
Creatura inverosímil
¡Resistan, pronto llegaremos!
Mungo
¿Qué rayos eres tú?
Creatura inverosímil
Soy el ángel de la repulsión. Mis excreciones me permiten viajar a esta velocidad, me dan la potencia necesaria.
Mungo
Cosa repulsiva, te estamos agradecidos por salvarnos.
Creatura inverosímil
No me lo agradezcan, no hasta que lleguemos a casa.
Macarro
Ahora podemos descansar, Mungo. Pronto estaremos en nuestras camas de piedra.
Mungo
Eso espero.
Mungo, Macarro y el ángel de la repulsión nadaban contra la corriente indeseable en busca de lo improbable. Pero al menos sabían a donde iban, iban a casa.
Joe el cerdo segunda parte.
-R.R.C.
Timendi causa est cescire. "La ignorancia es la causa del miedo", Séneca.
viernes, 12 de febrero de 2016
miércoles, 10 de febrero de 2016
Joe el cerdo I: LA INMINENTE INMUNDICIA
CAPÍTULO 1: LA INMINENTE INMUNDICIA
En una alcantarilla sórdida y asquerosa de la ciudad se encontraban unos seres vivientes llamados los Cosos. Dormían entre el estiércol y las heces fecales de toda la población de la inmensa urbe, se duchaban en las mañanas en la cascada de orines y secreciones que salían por las imponentes tuberías. Algunas veces se metían a nadar a esa laguna de desechos tóxicos, donde si amarrabas una manzana con una cuerda y la introducías hasta lo más profundo que se pudiera (no se conocía el fondo de esta horrible y desagradable agua), al momento de sacarla solo quedaba el rabillo y el endocarpio, incluía una fragancia vomitiva.
Platana
Florencio, por favor nunca desciendas hasta lo más profundo de esta laguna ¿sí?
Mungo
¿Pero, por qué? Nadie nunca ha visto el fondo, me gustaría ver que hay ahí abajo
Platana
Mungito, tienes que hacerme caso. No desciendas hasta el fondo, nada únicamente en la superficie ¿sí?
Mungo
Sí Mamá, pero... ¿qué es lo que pasa, qué es lo que hay allá abajo?
Platana
Si te lo dijera, te mentiría. Pero tenemos la certeza de que nada bueno encontrarás allá abajo. El señor Vaso desapareció hace 2 días, él fue a buscar su zapato que se le hundió en esta marisma inmunda. Le advirtieron que no fuera, pero él, aferrado a su calzado, se introdujó persiguiendo su preciado objeto hasta que su silueta se perdió en la lóbrega agua.
Mungo consternado no supo que decir y no volvió a mencionar el tema.
Platana
No quería contarte esta historia pero tienes que estar consciente del peligro que existe.
Mungo
Gracias Mamá, perdón.
Platana
No pasa nada, ven aquí y dame un beso y un abrazo.
Mungo cayo en el regazo de su madre, sintiendo que nada podría hacerle daño jamás. Eso era amor verdadero. Eran felices en su humilde casa hecha de bolsas de basura realmente repugnante.
Un día cuando el sol apenas se asomaba por las rendijas del distante cielo hecho de concreto desgastado y lleno de colonias de hongos malignos, Mungo estaba acostado en su cama de piedra, pensando en qué le habría pasado al señor Vaso, temía por su destino, temía que algo malo le haya pasado. Le tenía un cariño inmenso a ese señor por ayudarle en una situación delicada para Mungo, así que se puso triste al saber que probablemente su cádaver estuviera en las mugrientas y nauseabundas profundidades. Sin vacilar, aquél jovencito temerario tomó su mochila y se preparó para descender a lo desconocido para recuperar al señor Vaso. Sabía que podría ser un viaje sin retorno, pero valía la pena por un amigo, se puso de rodillas y se preparó psicológicamente para lo que vendría. La inminente inmundicia.
En todo su ritual de preparación, alguien interrumpió tocando su ventana de mierda. Hasta que se despedazó y se descubrió la persona que estaba del otro lado.
Mungo
¡Macarro, eres tú!
Macarro
Hola Mungo, pasaba a saludar. ¿Estás bien?
Mungo
Sí, tengo que comentarte algo... no se que pienses.
Macarro
Puedes decirme, soy tú amigo. Te amo.
Mungo
Voy a descender a lo más profundo del "lago Bastardo".
Macarro
Suena bien, iré contigo.
Mungo
Genial, sabía que podía contar contigo. ¿Ya estás listo?
Macarro
Desde que nací.
Mungo y Macarro en medio de la noche se introdujeron en el repulsivo pantano hasta que el seguro concreto se distanciaba más y más de ellos, dejando únicamente mar en todo su alrededor. Ellos no sabrían lo que les podría pasar, pero sabían bien lo que les esperaba: LA INMINENTE INMUNDICIA.
Joe el cerdo primera parte.
-R.R.C.
En una alcantarilla sórdida y asquerosa de la ciudad se encontraban unos seres vivientes llamados los Cosos. Dormían entre el estiércol y las heces fecales de toda la población de la inmensa urbe, se duchaban en las mañanas en la cascada de orines y secreciones que salían por las imponentes tuberías. Algunas veces se metían a nadar a esa laguna de desechos tóxicos, donde si amarrabas una manzana con una cuerda y la introducías hasta lo más profundo que se pudiera (no se conocía el fondo de esta horrible y desagradable agua), al momento de sacarla solo quedaba el rabillo y el endocarpio, incluía una fragancia vomitiva.
Platana
Florencio, por favor nunca desciendas hasta lo más profundo de esta laguna ¿sí?
Mungo
¿Pero, por qué? Nadie nunca ha visto el fondo, me gustaría ver que hay ahí abajo
Platana
Mungito, tienes que hacerme caso. No desciendas hasta el fondo, nada únicamente en la superficie ¿sí?
Mungo
Sí Mamá, pero... ¿qué es lo que pasa, qué es lo que hay allá abajo?
Platana
Si te lo dijera, te mentiría. Pero tenemos la certeza de que nada bueno encontrarás allá abajo. El señor Vaso desapareció hace 2 días, él fue a buscar su zapato que se le hundió en esta marisma inmunda. Le advirtieron que no fuera, pero él, aferrado a su calzado, se introdujó persiguiendo su preciado objeto hasta que su silueta se perdió en la lóbrega agua.
Mungo consternado no supo que decir y no volvió a mencionar el tema.
Platana
No quería contarte esta historia pero tienes que estar consciente del peligro que existe.
Mungo
Gracias Mamá, perdón.
Platana
No pasa nada, ven aquí y dame un beso y un abrazo.
Mungo cayo en el regazo de su madre, sintiendo que nada podría hacerle daño jamás. Eso era amor verdadero. Eran felices en su humilde casa hecha de bolsas de basura realmente repugnante.
Un día cuando el sol apenas se asomaba por las rendijas del distante cielo hecho de concreto desgastado y lleno de colonias de hongos malignos, Mungo estaba acostado en su cama de piedra, pensando en qué le habría pasado al señor Vaso, temía por su destino, temía que algo malo le haya pasado. Le tenía un cariño inmenso a ese señor por ayudarle en una situación delicada para Mungo, así que se puso triste al saber que probablemente su cádaver estuviera en las mugrientas y nauseabundas profundidades. Sin vacilar, aquél jovencito temerario tomó su mochila y se preparó para descender a lo desconocido para recuperar al señor Vaso. Sabía que podría ser un viaje sin retorno, pero valía la pena por un amigo, se puso de rodillas y se preparó psicológicamente para lo que vendría. La inminente inmundicia.
En todo su ritual de preparación, alguien interrumpió tocando su ventana de mierda. Hasta que se despedazó y se descubrió la persona que estaba del otro lado.
Mungo
¡Macarro, eres tú!
Macarro
Hola Mungo, pasaba a saludar. ¿Estás bien?
Mungo
Sí, tengo que comentarte algo... no se que pienses.
Macarro
Puedes decirme, soy tú amigo. Te amo.
Mungo
Voy a descender a lo más profundo del "lago Bastardo".
Macarro
Suena bien, iré contigo.
Mungo
Genial, sabía que podía contar contigo. ¿Ya estás listo?
Macarro
Desde que nací.
Mungo y Macarro en medio de la noche se introdujeron en el repulsivo pantano hasta que el seguro concreto se distanciaba más y más de ellos, dejando únicamente mar en todo su alrededor. Ellos no sabrían lo que les podría pasar, pero sabían bien lo que les esperaba: LA INMINENTE INMUNDICIA.
Joe el cerdo primera parte.
-R.R.C.
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